Bajo rumores de playback llegaba hasta nosotros la cita en cuestión, paralela con el sinfín de comentarios vertidos durante las horas previas. Los espectadores de Barcelona contando las penurias que habían tenido que vivir debido a una serie de carambolas y los de Zaragoza, sin dejar de apuntar hacía House of Lords como si de un cadáver que hubiese vuelto a la vida se tratase. En Bilbao habría finalmente, algo de todo lo expuesto, sin llegar a ser tan tremebundo como algunos se apresuraron en presagiar, pero con motivos suficientes como para señalar un par de detalles sonrojantes.
A tenor de lo mencionado entrabamos en harina con cautela, sin albergar demasiadas expectativas y recibiendo a los teloneros kalimotxo en mano. Nos encontrábamos con los escoceses Estrella animando el Antzoki de lo lindo en ese momento, a pesar de contar con el desconocimiento de la mayoría allí presente, unos cuantos terminarían despidiéndoles a lo grande un buen rato más tarde. El conjunto de Aberdeen desplegaría para ello un incendiario Rock angelino, suficientemente sensual como para llamar la atención pero sin terminar de escorarse hacía la parodia del chulo piscinas.
Trenzarían solos por la espalda-que lucieron mucho para los que pretendían inmortalizarlos- poses ostentosas en la mejor tradición del macarrismo hortera y líneas pegadizas destinadas al contoneo indiscriminado de caderas. Los títulos resumirían perfectamente lo que se quería proponer, fiesta (“Party”), gritos (“Shout”) o mamoneo en general (“Come Out to Play”), con la última de todas ellas siendo iniciada de la misma manera que el popular cuarto álbum de Twisted Sister.
Dejarían una agradable sensación a pesar de abusar en determinados instantes de los sonidos pregrabados, con un cantante qué destacaría sobre el resto gracias a su porte heredado de David Lee Roth y a su incuestionable deseo por agradar. Digno de mención fue el detalle de ponerse a repartir latas de Heineken entre las primeras filas, un gesto que fue agradecido por el Antzoki al unísono.
Ahí nos soltaron los primeros espadas de la noche, satisfechos por el buen rollito que nos habían provocado y esperando a que House of Lords tomasen las tablas. Robin Beck fue sin embargo quien se colocaría al frente del escenario, acompañada por James Christian y los suyos eso sí, pero dispuesta a defender sus propios temas. Irónicamente comenzaría con “If You Were a Woman (And I Was a Man)”, la popular versión de Bonnie Tyler que hizo suya hace muchos años ya.
Desde el primer momento pudimos apreciar a una cantante que sigue conservando el carisma intacto, mucho mejor de voz de lo que nos temíamos y sorprendentemente sexy para los años que se gasta. En cierta manera sigue vendiendo la misma imagen que la hizo famosa a finales de los ochenta, la de chica malota que canturrea romanticonas melodías para rockeros melosos. Clava su papel como si nunca hubiese hecho otra cosa, sobra decir.
Proseguiría después de la sorpresa inicial con “Don´t Lose Any Sleep” y “Hold Back All the Night”, aferrada al rubicundo AOR propio de los telefilmes ochenteros, brillando en lo suyo como la estrella que en su día fue. La banda que le acompañaba mientras tanto, cumplía sólidamente, con una pareja de guitarristas enormes (uno de ellos el español Jorge Salan) y un batería que no parecía tener que sudar para marcar los tiempos. Todo lo contrario podríamos apreciar si reparábamos en James Christian, el cual hacía de bajista-corista y dejaba una imagen de absoluto hastió, como si todo aquello se le estuviese haciendo eterno, como si la actuación de su esposa tuviese poco que ver con él.
“Save Up All Your Tears” volvería para recordarnos el trabajo que hizo famosa a la de Brooklyn, sin que una sola estrofa quedase a medio gas y gustándose sobremanera en el tramo final. Se la notaba relajada y no dudaba en darse respiros mientras presentaba los temas, al más puro estilo de los casinos norteamericanos, sin la más mínima intención de imprimir ritmo al recital que tocaba. En todo momento soltaba gracietas con las que intercalar corte tras corte, como cuando se puso a comentar lo sexys que éramos los españoles, momento este en el que no pudimos disimular la sonrisa al ser piropeados por toda una señora, que podría ser nuestra madre.
Se nos ocurría visitar la barra entonces, mientras desde el escenario “Wish You Were Here” nos regalaba el instante cándido en el que echar mano al moquero, precediendo a una bailonga “Catfight”, que sería presentada aludiendo a “los culos que tienen que patear las mujeres para conseguir a sus hombres”. Llegaría poco después el inevitable momento cumbre de la noche, con el promotor Robert Mills subiendo sobre las tablas con una Coca Cola y un rotulador, bromeando con la estrella sobre su primer y fulgurante éxito. De esta forma se lanzaba “First Time”, con Robin disfrutando de la gloría que aún le reporta el archiconocido anuncio televisivo y dejando a más de uno, habiendo cumplido un par de sueños húmedos de juventud.
Sonaría aun una última versión de Bonnie Tyler, aunque sería ciertamente irrelevante, el techo de la noche ya había sido alcanzado y dejado atrás, a partir de ahí todo estaría situado en un escalafón inferior. Los House of Lords que saldrían a continuación-esta vez sin Jorge Salan- tendrían el privilegio de cerrar, aunque no oficiando como cabezas de cartel, ese papel nadie podría arrebatárselo a la mujer de James Christian.
Utilizando “Sahara” se plantarían de nuevo sobre el escenario del Antzoki, adornando desde el principio sus líneas con excesivos arreglos de estudio. Comprobábamos de esta manera como las voces del conjunto eran cantadas sobre un colchón de melodías grabadas, dando la impresión de que el señor Christian clavaba sus temas como si los hubiese rematado anteayer. Resultaba triste constatar la manera en la que se abusaba del reverb en piezas como “Battle”, dejando que la bola de sonido creciese ante nuestras narices, sin que nadie fuese a plantarse para corregir la fatal tendencia.
Así de deslucido quedaría el bolo en términos generales, a pesar de lo divertido que podía resultar escuchar en “directo” clásicos populares como “Love Don´t Lie” o “I Wanna Be Loved”, el espectáculo global difícilmente llegaría al aprobado. Lo mejor sería olvidarse de lo que imaginábamos que estábamos contemplando, y tratar de zambullirnos en el caduco video clip en el que parecen haberse quedado congelados House of Lords.
De esta manera celebrábamos que James Christian se mostrase mucho más comunicativo que durante su actuación con Robin y concluíamos que a buen seguro había estado reservándose para dar el Do de pecho con los suyos. Apreciábamos sobremanera los dos momentos en los que los músicos se lucieron individualmente, con una pareja de solos de guitarra y bajo sobrados de técnica. En relación a estos dos instantes nos daba por pensar, como estos dos musicazos habían acabado tocando en esta especie de teatrillo AOR para nostálgicos inconfesos. Dejábamos de darle vueltas acordándonos de lo difícil que es ganarse la vida hoy en día siendo músico, y pensando que muchos serían los que matarían por estar donde ellos.
En ningún lance les pudimos apreciar preocupados de todos modos, con Christian amenizando los interludios de manera similar a la que había empleado Robin, pero con bastante menos gracejo por su parte. Llegarían a hasta los minutos finales con cuerda suficiente como para sacarse un bis de la manga y dirigirnos hacía el puesto de Merch, en el que ya estaba esperando la protagonista de la noche, para sacarse fotos con todo el que lo requiriese.