El Reverence Valada portugués, solo ha precisado de una única edición, para erigirse en imprescindible ante los seguidores de todo un estilo. En adelante deberá ser mencionado como cita de culto, por todos los que pretendan estar a la última en lo concerniente a Rock psicodélico, espacial y diferente. El santo grial que muchos andaban buscando, para toparse con bandas difíciles de ver, explorar territorios que habitualmente no se pisan y redescubrir obras de dispar catalogación. Un espacio diferente en definitiva, tan diferente como especial, es con lo que nos hemos topado quienes hemos asistido a este nuevo festival portugués.
Comenzaríamos un día más tarde de lo previsto nuestra aventura, habiendo prescindido de la fiesta de presentación que había tenido lugar el jueves, y habiéndonos quedado sin degustar los nuevos temas que los Mars Red Sky presentaban. De esta manera nos personaríamos en el recinto de Valada, a media tarde del viernes 12 de septiembre, un poco más tarde de lo que habíamos calculado, pero habiendo compartido furgoneta con los mismísimos Red Fang para llegar hasta allí.
Sin que la curiosa experiencia nos fuese a trastocar en absoluto nuestros planes, tomamos posiciones lo más rápido posible, lo más que fuimos capaces para llegar hasta donde Cave andaban comenzando su cantinela. En el escenario Sabotage se encontraban los de Chicago, esgrimiendo sus psicodélicas creaciones ante un público, que permanecía mayoritariamente relajado frente a ellos. Rápidamente constatábamos como aquella era la plaza oportuna para dejarse ir, con el rio Tejo a escasos metros limitando el emplazamiento y los arboles otorgándole intimidad al momento.
Una vez hubimos tomado contacto con la mullida hierba de Valada, y degustado con calma de las percusivas influencias que iban ofertando los Cave, pasamos hasta el escenario Rio para contemplar lo que nos tenían preparado los Shoegazers Ringo Deathstar. Los Tejanos se mostrarían mucho más ruidosos de lo que son capaces en estudio, sonando excesivamente altos como para contemplarles a corta distancia, pero adecuados como para seguirles desde la relativa lejanía en la que se encontraba el puesto de cervezas pertinente. Enterrarían una gran parte de la melodía que conservan, pero harían crujir nuestros oídos por primera vez durante el festi. Los disfrutamos en cualquier caso.
Acto seguido regresaríamos hasta el escenario Rio, justo a tiempo de toparnos con los Woods y su modesta presentación del glorioso “With Light and with Love”. Los de Jeremy Earl estaban sonando etéreos y envolventes, sencillamente ideales para una tarde de verano en medio de un prado. El particular Folk que practican era la banda sonora perfecta a todo lo que nos rodeaba, con aires hippies posados sobre la hierba y buenas intenciones flotando al son que la acústica marcaba. Deliciosos y oportunos, sin duda.
Habiendo pasado la primera fase en estupenda sintonía, nos llegaba el momento de pasar al escenario Reverence, el campo de futbol municipal en el que irían apareciendo, uno tras otro, los pesos pesados de la noche. The Wytches serían los que inaugurarían de esta forma el tablao principal, haciendo gala de juventud absoluta y chocantes maneras. Sus peculiares secuencias me traían a la mente los momentos más sucios del grunge noventero, con influencias de los Nirvana más introvertidos y ambientaciones lúgubres que tendían a reflejar un desgarro emocional severo. Su propuesta tiene múltiples aristas y no es como para tomársela de buenas a primeras, y en lo que respecta a su directo, por el momento, no está como para compartir galones con los conjuntos a los que se les encomienda encabezar una jornada de festival. En unos años puede que estemos oyendo hablar bastante de ellos, a día de hoy están por pulir.
Moviéndose en unas coordenadas similares, aunque aplicando con presteza el filo shoegaze a cada nota que trenzaban, los Swervedriver montarían una actuación mucho más sólida que la que les acabábamos de contemplar a The Wytches. Respaldados por un enorme luminoso que indicaba su nombre en plan estelar, los británicos repasarían alguno de los grandes temas que fraguaron a finales del siglo pasado. Lo harían sin que el tiempo hubiese conseguido restarles su melancólico encanto. Se mostrarían firmes y no darían un espectáculo fulgurante, pero dispondrían una intachable actuación en el Reverence Valada, difícil de desdeñar si valorabas en su justa medida, los psicodélicos años noventa en Inglaterra.
Los instantes más rocosos llegarían hasta el festival una vez se hubieron apeado los Swerverdriver del mismo, con los Red Fang como primera piedra de toque para los amantes de los sonidos brutotes. Los de Portland brillarían merced a sus cortes incontestables, sobresaliendo como la perfecta banda de festival que son. Con pelotazos como “Blood LIke Cream”, “Number Thirteen” o “Prehistoric Dog” sustentando una hora larga y con su habitual entrega, dando motivos de sobra a quienes les habían elegido para estar allí esa noche. Un seguro de vida siguen siendo, si de lo que se trata es de animar un festejo de varias bandas, ennobleciendo el Stoner que se practica en el sur de los Estados Unidos, y aportando gancho cuando la ocasión lo requiere.
Diferente a la par que continuista, sería el siguiente numero que la organización del Reverence nos tendría reservado. Los suecos Graveyard poniendo el necesario toque setentero a la velada, con su repertorio perfectamente equilibrado entre sus gloriosos tres redondos. Interpretarían algunos de sus cortes más conocidos, como "Hisingen Blues", "Goliath" o "The Siren", asumiendo galones que ya llevaban un tiempo requiriendo y constatando lo efectivo de su propuesta. Presentarían al nuevo bajista que les acompaña y cumplirían con buena nota los minutos que permanecieron sobre las tablas. Siguen pareciéndome una banda que demuestra su verdadera dimensión en una sala cerrada, lejos de las grandes superficies festivaleras, aunque su contrastado oficio, siempre resulte una garantía frente a la que sobran las objeciones. Tan grandes, como suecos, afirmaríamos en conclusión.
Dejando por un rato la senda de lo convencional, nos toparíamos de bruces con unos Electric Wizard imperiales y definitivos. El brujo eléctrico se mostraría lapidario en su ejecución, arrastrando cada nota hasta el punto sin retorno en el que terminaba agonizando, fustigando a los masoquistas espectadores que allí nos encontrábamos absortos, mientras saturaba la noche a base de Doom ingobernable. Durante una hora entera se haría el amo y señor de Valada, con sus cuatro cabezas ensimismadas en la cuota de volumen, que cada una estaba destinada a ofrecer. Retumbarían barbaridades como “Supercoven” o “Dopethrone”, sin dejar que olvidásemos “Funeralopolis”, ni que pasásemos por alto a la nueva “Sadio Witch”. Mortíferos y arcanos fueron los minutos en los que Electric Wizard sostuvieron el festival en sus manos, por fortuna, al de un rato soltaron la presa para que pudiésemos irnos en busca de melodías más livianas.
Para que la descompresión no llegase a resultar traumática, pasaríamos a la relativa angustia existencial que inspiraban los Process of Guit, desde el escenario Rio. Los portugueses no sonarían tan absolutamente rotundos como los Wizard, pero tampoco se quedarían atrás en lo concerniente a dibujar miserias. Su Post Metal apocalíptico removería corazones y nos otorgaría una continuación elegante frente a la salvajada que nos acababa de pasar por encima. Presentarían con gran pundonor su último Faemin y demostrarían su pasmosa facilidad para conjurar atmosferas insanas. Su regusto envenenado, sería lo último que paladearíamos durante el primer día del Reverence 2014.
Una vez despertamos el segundo día, tendríamos tiempo y oportunidad para darnos una vuelta y conocer todos los resquicios que se nos habían pasado por alto el día anterior. Así admiraríamos el mural que la organización había dispuesto para que cada uno dibujase lo que le venía en gana, el mercadillo modesto pero bien surtido y la zona de restauración en la que brillaba un enorme puerco atado a un palo, que no paraba de dar vueltas. Esta última imagen nos recordaría sin remisión a la clásica viñeta de Asterix y Obelix, a pesar de lo lejos que nos pillaba la Galia en aquel momento.
La sesión conciertil daría comienzo con unos cuantos brochazos de los Sonic Jesus, un conjunto shoegazer y psicodélico, con afición por los tiempos saturados. Serían pocos los minutos que les tendríamos enfrente, pero se las arreglaron para dejarnos con los oídos pitando de buena mañana. Finalizarían en espectacular crescendo estridente, desvaneciéndose uno a uno del escenario, al tiempo que el ruido seguía ascendiendo sin control. Como un canuto en ayunas, nos entraron los italianos a esas horas.
En vista de nuestro bajo estado de forma para asimilar estructuras caleidoscópicas, decidimos dar buena cuenta del puerco que acabábamos de conocer hacía un rato. Volveríamos una vez terminado el avituallamiento, hasta el escenario Rio, donde los Air Formation acababan de comenzar con su ceremonia. Los británicos nos enseñarían su perfecta interpretación del Shoegaze clásico, el que gustaban de facturar formaciones legendarias como Chapterhouse o Ride. Saldríamos gratamente convencidos de la forma en la que envolvían con sus atmosferas distorsionadas, y con sus líneas vocales pretendidamente melódicas.
Acto seguido nos detendríamos en lo que otro de los valores de la cantera británica, tendría a bien ofrecernos. Los Exit Calm mostrarían otra de las múltiples caras que encierra el Underground de las islas británicas. En este caso, sería el Brit Pop etéreo y bien estructurado, con un cantante capaz de trasmitir y unos cuantos guitarrazos sabiamente medidos. Se harían agradables mientras nos repantingábamos sobre la hierba de Valada, en lo que afortunadamente continuaba siendo una radiante y luminosa tarde de sábado portugués.
Unos de los grandes triunfadores del día nos sorprenderían entonces, sin que los esperásemos antes de que la noche comenzase a caer, ni estuviésemos prevenidos ante la descarada vehemencia con que tenían planeado personarse. The Quartet of Whoa nos pillarían a pie cambiado de esta manera, exhibiendo su rubicundo Stoner setentero, gratamente influenciado por los gigantes que crearon escuela a finales de los sesenta, y sin necesidad de mirar hacia el tan socorrido desierto yankee para inspirarse. Demostraron un empuje y entusiasmo como no volvimos a ver a lo largo de todo el festi, eléctricos en la interpretación y sentidos en lo que a trasmitir se refería. Gran futuro tiene este magnifico cuarteto portugués.
Pasaríamos brevemente sobre la actuación que estaban llevando a cabo Murdering Tripping Blues, entreteniéndonos con sus psicodélicas maneras hasta que nos llegase el momento de presentarnos ante Bruto y sus caníbales. El simpático personaje que encabezaba la banda, era motivo suficiente como para pasarnos una hora pegados frente al escenario Sabotage. Se trataba de un inclasificable paisano, mitad actor, mitad cantante y cien por cien espectáculo. Comandaría a sus caníbales a través de un peculiar vodevil, en el que habría tiempo para interactuar con la audiencia, versionear el "Wild World" en clave punki y echarnos unas buenas risas con los caretos que lucía el colega. Brutalmente divertido lo del caníbal jefe.
El siguiente capítulo tendría que ver con ciertos ángeles negros que más tarde harían historia en Valada. Nos lo contarían Christian Bland and the Revelators, de manera lánguida, pero absolutamente acertada para introducir el siguiente destino que nos tocaba encarar. No sería otro que los americanos Spindrift, una de las formaciones que yo personalmente más ganas tenia de echar el guante. Nos esperarían perfectamente alineados, elegantes con sus vestimentas de cowboys contemporáneos y orgullosos de ver como caía la noche ante sus canciones. Con sus sombreros tejanos apuntando en nuestra dirección, los de Kirpatrick Thomas irían presentando sus cinemáticas creaciones con presteza. Caería su apabullante versión de “Ghost Rider in the Sky” e “Indian Run”, con la que decidieron despedirse de la pradera en la que les había tocado galopar esa noche. Fueron uno de los momentos más indiscutiblemente mágicos de todo el festi, estuviésemos o no inmersos en la película de vaqueros que nos cantaban.
Aun embelesados por la atmosfera crepuscular que habían desprendido Spindrift, llegábamos hasta el escenario principal, para asistir a la pertinente tanda de grupos estelares que tocaba ese día. Los primeros serían A Place to Bury Strangers, dando lecciones de Post Punk a todos los que allí nos arremolinábamos. Sus minutos trascurrirían entre tinieblas sonoras y literales, alumbrados por cuatro bombillas y potenciando el noise, frente a la melodía que dejaban a la imaginación. Exprimirían su regusto garajero, para crear ambientaciones sórdidas sobre Valada. Sin mucha más ayuda que sus propios guitarrazos, los A Place to Bury Strangers envolverían la noche hasta terminar partiendo su guitarra por la mitad, mientras concluían con “Ocean”.
No menos particulares, resultarían los Psychic Tv que vendrían a continuación, con Genesis P-Orridge liderando el combo de manera absolutamente mesiánica y extravagante. Dispondrían sus instantes de forma certera para conseguir aumentar el globo absurdo que habíamos comenzado a disfrutar, hacía unas horas. Su actuación supondría de esta manera, un viaje literal hacía el mundo de la fantasía caleidoscópica, con imágenes psicodélicas proyectándose a lo grande y los versos del guru tratándonos de empujar hacia el nirvana sonoro. Puede que llegase a ser la primera vez en toda mi vida, en la que haya sido capaz de imaginarme lo que se palpa dentro de una secta suicida. Diferentes a todos sus compañeros de cartel, los de la tele psíquica.
Nuestro estado mental continuaría alterado durante un par de horas más, ya que el trabajo que los Psychic TV habían comenzado, se mantendría admirablemente con los auténticos patrones del festival. Los legendarios Hawkwind nada más y nada menos. Con los clásicos Dave Brock y Tim Blake al mando, serían los que nos permitiesen volar durante otro buen rato, sobre melodías alucinógenas de corte setentero.
Comenzarían reivindicativos de primeras, como buenos hippies contestatarios que siguen siendo. Proyectando enormes proclamas anti belicistas mientras los altavoces escupían “Seasons” a buen ritmo. “Steppenwolf” entraría en escena al tiempo que un gigantesco lobo sonreía desde la pantalla trasera, justo a tiempo para que pudiésemos admirar los elegantes desarrollos que trenza esta gente. Espaciales, siderales y flemáticos como pocos, con elegancia inglesa y espíritu venusiano, los Hawkwind irían engordando la bola que habían montado desde el inicio. Invocando de manera festiva al “Uncle Sam on Mars” para concluir poco después con el “Hassan”, en un inolvidable final repleto de referencias al cannabis y a la apertura mental psicotropica. Hicieron honor a su nombre y no les vino grande el papel estelar que les tocó dirimir en el Reverence.
No se pudo decir lo mismo por desgracia, de Mao Morta, quienes jugaron como equipo local tocando entre los mejores del festival. Su aparición a esas alturas en el horario, se nos antojaría absolutamente equivocada, una vez hubieron transcurrido unos pocos minutos. Aburridos hasta el sopor y sin mover a casi nadie, los portugueses conseguirían vaciar el escenario principal y darnos a la mayoría motivos de sobra, como para darnos una vuelta hasta la zona de restauración.
De mucha mayor enjundia sería el siguiente plato que la organización dispondría para nosotros. Los Black Angels elevando a la categoría de arte el concepto mismo de la psicodelia. Con su último y flamante Indigo Meadow, como eje sobre el que moverse, pero con una discografía que ofrece demasiadas oportunidades a la excelencia, los de Alex Mass darían carpetazo a las actuaciones en el escenario principal. Lo harían en olor de multitudes, congregando la mayor asistencia de todo el festival posiblemente y otorgando motivos a quienes se refieren a ellos como los patrones del asunto psicodélico.
Gozarían como no podía ser menos, de uno de los mejores sonidos de toda la noche, la pantalla disparando imágenes caleidoscópicas una vez más y miles de ojos posados sobre cada uno de sus movimientos. Organizarían el guateque perfecto, poniendo a bailar a todo el que aún se mantenía en pie, inyectándole fuzz a la velada mientras arrancaban “Bad Vibration”, “Yellow Elevator” o “Evil Things”, de manera precisa e incontestable. Se mostrarían como unos Doors de nueva era, asequibles en las formas, pero repletos de contenido con el que traspasar almas. Difíciles de superar.
Nuestra última bala en el Reverence Valada, estaba reservada para Crippled Black Phoenix, uno de los primeros conjuntos que nos hizo girar el cuello hacía este pintoresco festival portugués. Los de Justin Greaves se verían obligados por desgracia, a oficiar en el escenario Rio, con un par de cortes menos de los que estaban previstos y a unas horas un pelin intempestivas, teniendo en cuenta el nombre que gastan. Dejando a un lado todos estos hándicaps, los del fénix lisiado saldrían a encandilar, muy serios y centrados en cada feeling que tenían que trasmitir. Justin en el centro del tablao, comandando, y el resto de la formación perfectamente asentada a su alrededor. Primarían los cortes de su último White Light Generator junto a los del Resurrectionists. Temas como “444”, “Song For the Loved” o “Burnt Reynolds” que nos sumergían en el mantra absoluto y nos permitían ver hasta donde se puede llegar a estirar la etiqueta del Post Rock.
Terminarían tan combativos como habían comenzado, tanto como en ellos es costumbre, interpretando el “Bella Ciao” por boca del guitarra Karl Demata, para dejar bien claro que lo suyo es tan virtuoso como contestatario, tan fino como punzante. Si llegan a tocar un par de horas antes en el escenario principal, nadie hubiese podido hacerles sombra, ni por los punteos heredados de Pink Floyd, ni por las melodías de seda que se gastan. Nos dejaron el mejor sabor de boca para retirarnos después de todo lo vivido. Soñando con poder volver a vivirlo el año próximo, nos marchamos.