“We are The Quireboys and This is Rock n Roll”

“We are The Quireboys and This is Rock n Roll” se escucha antes incluso de que haya echado a rodar un solo tema ¿Quién podría poner en duda semejante afirmación? Llevando tantos años como llevan proclamándolo al inicio de sus actuaciones, no debiera de quedar nadie que aun cuestionara esta máxima.  Estos ingleses son al rock, lo que John Carpenter era para el cine de terror. Auténticos artesanos que saben cómo enhebrar los delicados mimbres con los que su arte debe ser trenzado.

Muchos otros con más memoria que yo, podrán sin demasiado esfuerzo recordar el número de veces en que Spike y compañía han pisado el Kafe Antzoki bilbaíno. Sus visitas por nuestras tierras han sido tantas en los últimos tiempos, que uno acaba haciéndose un lio. La sensación que desprenden de todos modos, continúa siendo mucho más memorable que la que dejan en los recintos en los que actúan. Ese maravilloso regusto  que queda tras los conciertos que saben cómo pellizcarte donde pica.

La autenticidad es sin duda la mejor baza con la que cuentan para ello. Desde el mismo momento en el que Spike aparece en escena con un vaso en la mano para iniciar “Tramps and Thieves”, es imposible plantearse que estemos ante una farsa. Estos  músicos ni interpretan un papel, ni necesitan adoptar una pose para que sus canciones tengan sentido. Poseen la inmaculada pureza que diferencia a las cosas sin artificio.

Basándose en esta insultante naturalidad, los tres primeros cortes caen sobre los presentes en lo que parece un suspiro. Comenzamos a advertir que la sala va cogiendo calor por momentos, mientras los huecos van evaporándose. Lo que parecía que iba a ser una reunión de amigos, acaba convirtiéndose en una fiesta digna de la mejor noche de borrachera.

El volumen con el que atruena “There She Goes Again”, nos previene sin embargo ante la verbena que estaban montando los de Newcastle. Una pizca menos hubiese sido lo ideal, “Too Much of a Good Thing” nos responde con descaro  enfatizando el exceso por el que esta gente apuesta en sus actuaciones. Impagable resulta la locura que provoca el corte en el par de fans británicas que hasta allí se habían desplazado.

El ritmo comienza a descender para que podamos saborear los resquicios más folkies de los Quireboys. Aquí se escuchan “Roses and Rings”, “Mona Lisa Smiled” y todos los ecos del mejor Rod Stewart que uno pueda llegar a imaginarse. El Antzoki se rinde a los pies del conjunto y se relame de gusto ante el empacho de melancolía que le estaba cayendo. Spike se vuelve a mostrar como el enorme cantante que siempre ha sido.

El pequeño vocalista mostraba que su voz no sabe de fechas de caducidad. Su garganta sin duda, envejece con el mismo poderío que los copazos que se ventila sobre el escenario. Una maravilla poder contemplar cómo no fallaba un tono a pesar de no parar quieto. Sus habituales movimientos de sabandija con bandana, se veían mermados esta vez sin embargo, por el hecho de tener una pierna tocada.

De esta manera tan peculiar, como si de un auténtico pirata con pata de palo se tratase,  daba paso a la parte central de la velada con “This is Rock N Roll” a la cabeza. Mostrando el setlist que la banda interpretaría en un trozo de cartón,  el tema más conocido del cuarteto llegaba hasta Bilbao. Pocas presentaciones necesitaba por supuesto “Hey You”, ante un público que no había decidido pasar su noche de viernes allí por casualidad.

“Sweet Mary Ann” nos ofrecía uno de los últimos regalos de la noche antes de que Spike decidiese que era hora de sacar la harmónica a pasear. Las siete en punto dieron de golpe despidiéndonos cuando estábamos en lo más alto de la fiesta. La “Happy hour” aún tenía un par de coletazos que ofrecernos.

El primero no podía ser otro que “I Don´t Love you Anymore”, de la que un amigo me comenta emocionado que es una de las mejores baladas que conoce. Viéndolo en perspectiva parece difícil de decir, pero teniendo delante a los Quireboys como los teníamos, resultaba tan cierto como que el día tiene que dejar paso a la noche. Semejante obra de arte finiquitaría los momentos emotivos de la velada.

Retomando por última vez los instrumentos, la banda volvería a echarse los andrajos encima para volver a convertir el Antzoki en un tugurio de mala nota. Dos sencillas piezas les bastarían para llevar esto acabo. “I Love This Dirty Town” por un lado y la descomunal “Sex Party” por el otro. Un par de suspiros cargados de mala baba que acabarían por poner la sala patas arriba.

De manera rápida y concisa, tal y como había comenzado todo, nos tocó recoger nuestras chaquetas para enfrentarnos con la noche bilbaína. El calor que provoca el Rock en el organismo, nos quedaría como recuerdo para aguantar unas cuantas horas más. Unas cervezas se tornaban imprescindibles después de lo acontecido.

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