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Jueves, Noviembre 21, 2024

logo-deep-purpleCasi cuarenta años después de haber escuchado a Deep Purple por primera vez en un cassette maltrecho, me tocó verlos en vivo la noche del 23 de febrero. Tanto tiempo transcurrido ponía alerta roja en mi mente, mientras Mauricio conducía rumbo al Auditorio Nacional, en México DF, y Nivia, Jenny y yo charlábamos en el coche. No sabía bien a qué me iba a enfrentar. Mi atávico cinismo me preparaba para ver algo así como un Buena Vista Purple Club, ancianos reciclados montados al circo del rock & roll, mientras mi condición de ex fan anticipaba cuáles temas podrían todavía volarme la cabeza.

No contaré aquí el concierto. Se supone que este tipo de espectáculo es más que una sucesión de canciones, la suma de sus partes, o su posterior narración en blanco y negro. Es difícil describir una ilusión. Apenas daré “mi molesta opinión”, la del tipo que se enfrentó a uno de sus sueños bien lejos de su Habana natal.

Si me pongo exigente, diría que fue un show desabrido, donde el profesionalismo suplantó la espontaneidad. Canciones tocadas sin demasiada bomba, solo con la energía justa, salvadas por la excelente factura y su condición casi mítica. Pero tampoco se puede esperar demasiado en personas que rebasan los 60 años de edad. Sería como ver ahora jugar a Pelé, Cruyff o Maradona. Estás viendo leyendas, pero ya muy lejos de sus momentos estelares. Es el riesgo cuando un disfrute llega a deshora. ¿Fallaron ellos, o fallaron las expectativas de algunos que estábamos allí? Me inclino por la segunda opción. En 2011 es irrisorio pensar que vamos a ver a los tipos como eran en 1973. Por eso les perdono y me perdono. Al final de cuentas tienen un montón de clásicos, y si son canciones que disfruté tocadas en la Habana por Los Kents en el Café Cantante, ¿cómo coño no las voy a disfrutar por sus creadores?

Con tres quintas partes de su alineación clásica, Deep Purple presentó un set demasiado corto para mi gusto (nada grave: solo el queso acumulado por años) repasando un repertorio de 4 décadas, pero cuyos momentos climáticos siguen estando casi en su prehistoria. Desde la  añeja Hush (1968) hasta Rapture of the deep (2005), pasaron por Strange kind of woman, Black night y When a blind man cries. No es casual que en el concierto incluyeran 4 de los 7 temas del “Machine head”, uno de los álbumes definitivos en la historia del género,  aunque dejaran fuera Pictures of home, que considero la mejor pieza. Las canciones de sus discos más recientes sirvieron para mostrar aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor”: ni por asomo se acercan al material de los 70, nostalgias aparte.

Cada instrumentista tuvo su momento. Lo más destacado, para mí, fue el desempeño de Don Airey, además de contar con la ventaja de que sus teclados se escuchaban más alto que los demás aparatos. Le tocaba sustituir a Lord, tarea tremenda pero que cumplió bastante bien. Gillan tal vez sea un Leo, pero manejó la escena con sencillez, sin poses de estrella. Su voz acusa el inevitable desgaste de los años, y es obvio que ya no puede acudir a aquellos gritos que lo hicieron famoso. De vez en cuando se refugiaba tras los bafles. ¿Oxígeno adicional, simple respiro, cansancio acumulado? Sabrá Dios. Paice estuvo comedido, demasiado discreto tal vez, pero con una proyección que ya data de los 80, cuando su impactante estilo anterior se hizo menos imaginativo.  Steve Morse no me convenció con sus pueriles ejercicios de escalas, y reafirmo mi criterio: es el guitarrista menos adecuado para la banda. Glover se mostró como el gran jodedor  y el único que parecía de verdad disfrutar todo aquello.

Me parece que el grupo actual ha sustituido la espontaneidad por el profesionalismo. Varias décadas de tocar y tocar y tocar un repertorio que deben conocer hasta dormidos, puede producir ese efecto. Siguen siendo unos caballos, aunque tras tantas vueltas a la pista es natural que luzcan cansados. De todos modos se apoyan en una música que ha sobrevivido intacta en su capacidad de emocionar. Lo peor no es que la geriatría domine un segmento importante del rock, sino que los sustitutos no funcionan a la misma altura. Hablo de material: me siguen valiendo más (como canciones) Whisky in the jar, Iron man, Jumpin Jack flash, Free bird, Communication breakdown, Smoke on the water y unas decenas más, que los actuales temas del género. Pero, al fin y al cabo, es solo una cuestión de gustos.

Por supuesto, una ocasión así resulta coartada perfecta para acudir al agridulce ejercicio de la memoria. Recordé a los socios de barrio y juventud (Pirolo, Rebollido, Esperanza, Miguelito, Robert, Orestes, mi hermano Eddy) que crecimos y nos hicimos personas escuchando esas canciones. También hubiera querido recordar aquí, para desenmascararlos, los nombres de algunos degenerados, como el instructor político de mi curso en los Camilitos, o el oficial de contrainteligencia de la base aérea de San Antonio; imbéciles que (al igual que otros más) le hicieron la vida un yogurt a muchísimos jóvenes, como yo, por el simple hecho de que nos gustaba el rock. Los tristes años del “diversionismo ideológico”. No quiero mentarles la madre, pues ellas no tienen la culpa de sus hijos, tarados abusadores amparados en sus posiciones de poder. Pero aquí cada uno de los que sufrió algo similar puede poner la lista de insultos que se les antoje. Cualquiera viene bien y todos serán adecuados.

Deep Purple, para mí, ya no es un grupo de rock, ni una leyenda, ni unos viejos que no pueden ni con su alma y aún así siguen entregados al festín de sus canciones, ni una deuda pendiente con mi pasado. Es simplemente parte de la banda sonora de mi vida. Así los asumí, así prefiero recordarlos. El destino nos puso en la misma geografía esta vez. Más allá de si tocaron mejor o peor, si cumplieron o no con mis expectativas, es una felicidad que irá conmigo a donde quiera que mis pasos me lleven.

Categoría: Crónicas

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Conoce sobre rock cubano

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