MARS RED SKY
23 de enero 2014
Sala Mogambo
Pasaia
Noche de jueves invernal de por medio, con ecos desérticos y sonoridades de otra época que nos aguardaban en la Mogambo de Trintxerpe. Hasta allí nos desplazaríamos un día después de la impecable demostración de Red Fang en el Antzoki bilbaíno, otro recital al que no se le podría separar de la etiqueta Stoner, pero con escasas similitudes respecto a lo que aquí se pretende contar. Los tiempos esta vez no darían para pogos incendiarios ni bailoteos de taberna, las cadencias irían reptando por nuestro fuero interno, tan sibilinas a veces que era difícil tomar perspectiva frente a la curva que trazaban.
Antes de habernos imbuido en la comedida ceremonia que los franceses tenían dispuesta, nuestra aventura comenzaba encontrando aparcamiento por el empinado barrio de Pasaia, no estuvo sencilla la cosa habría que señalar, aunque finalmente San Cucufato nos echara una mano providencial. Llegamos en cualquier caso pronto a la Mogambo, a las ocho y media que el cartel indicaba como inicio ceremonial, pero con poco más de dos personas esperando para ser bautizadas. Tocaba hacer tiempo con los inmejorables precios de la sala en materia de priva, al tiempo que íbamos saludando a los conocidos que hasta allí se iban dejando caer.
Los Mars Red Sky acabarían subiéndose sobre las tablas cuando nos acercábamos a las diez de la noche, una vez resueltos los problemillas técnicos que habían padecido. El inicio sería discreto y pelin tímido, al son que “Clean White Hands” marcaba como introducción para lo que se avecinaba. El segundo impacto sería el que da nombre a su último EP, y el primero en el que podríamos sentir los vientos del desierto haciendo acto de presencia, con los canutos aflorando y la montaña de graves tornándose seria.
Sobre el escenario Jimmy Kinarl a un lado, dándole al bajo de medio lado y enfocado en el batera, sin apenas afrontar a la treintena de espectadores que allí nos encontrábamos. La postura corporal entroncaba con lo que escupían los altavoces, el ritmillo iba por dentro parecía querer decirnos. En la otra punta del escenario el menudo Benoil Busser se agazapaba detrás de su mastodóntica pedalera poniendo voz al manta psicodélico, mientras Julien Pras le ponía cuerpo desde su sencilla batería.
La función proseguiría estrenando canciones que compondrán el próximo álbum de los galos, aun sin haber sido editado en el planeta Tierra y sin título que se conozca. El primer corte que presentaron se llamaba “The Light Beyond” y mostraba al conjunto desvariando como si de unos Doors comedidos se tratase, con unos bruscos cambios de ritmo que dejaban el camino abierto para el éxtasis de “Hovering Sattellites”, otra nueva creación en la que las proyecciones que la banda tenía preparadas tomaban protagonismo y los ritmos se tornaban vivos. Daba la impresión de que la hipnosis colectiva había llegado hasta la Mogambo para quedarse.
El éter envolvería la estancia para que volviésemos hasta el primer trabajo del conjunto, con “Curse” y “Marble Sky” sirviendo de alimento para el alma, similar al que ofrecen conjuntos como Om o Namm en los que los tiempos parecen inducir a la meditación. Nos acordábamos de las cachimbas musicales que acostumbran a esgrimir leyendas como Sleep o Colour Haze, mientras nos recostábamos sobre nuestras propias elucubraciones. Noticiable fue entre tanta introspección psicodélica, el hecho de que Jimmy cantase uno de los dos cortes señalados y nos mirase de frente para ello.
Atacarían entonces “Strong Reflection”, saldando deudas con Black Sabbath de manera delicada y melancólica. La voz de Benoit Busser se apreciaba más débil aun de lo que sus discos enseñan, resultando demasiado extremo en ocasiones el contrapunto con los graves que los altavoces proferían. Parecía por momentos un pajarillo lánguido que se había roto la pata y pedía ayuda entre los presentes.
Un par de cortes más de su primer largo serían lanzados antes de dar carpetazo, una pareja compuesta por “Way to Rome” y “Up the Stairs” que mantenían el tripi musical en su punto justo, dejando que “Seen a Ghost” dijese hasta luego a los presentes. Acto seguido se bajarían del tablao, para volverse a encaramar dos minutos después por aclamación popular y rematar el bolo con un bis que parecía no estar muy preparado. Saldaríamos la sesión en tablas, aturdidos por tanto tiempo espacial y desolado, esperanzados por qué en la próxima ocasión en que tengamos a la banda delante, estarán un poco más cerca de ratificar todas las virtudes que apuntan.