La idea de meterse seiscientos kilómetros entre pecho y espalda para poder ver a una banda que actúa el día después al lado de tu casa, puede sonar absurda de primeras. Los tiempos que corren no están como para pegarse demasiados caprichos, pero la última visita de Graveyard por la península, ofrecía todos los motivos necesarios para considerarla una excepción. A esto ayudo sin duda el hecho de que el recinto escogido para Bilbao fuese la pequeña Sala Azkena. El “planazo” que iba a suponernos ver a una de las bandas con más proyección que existe hoy en día, mientras luchábamos por nuestros dos centímetros cuadrados y aspirábamos a contemplar algo más que las melenas de Joakim Nilsson, tomaron la decisión por nosotros. Era preciso emigrar para que el recuerdo quedase tal y como tenía que sellarse.
La Sala Acapulco de Gijón aparecía como una opción mucho más elegante en la que poder disfrutar de la hora y media que los suecos tenían preparada. Las sorpresas iban a brillar por su ausencia, aunque tampoco habíamos llegado hasta allí buscando fuegos artificiales. El austero escenario que presentaba el recinto, sería la primera prueba que constataría lo mencionado. Un par de amplis sobre los que yacía una solitaria guitarra, acompañaban a la discreta batería que iba a emplear Axel Sjoberg. Equipamiento más que de sobra si se sabe cómo sacarle el partido.
De esta manera, sin florituras ni artificio alguno, los cuatro músicos fueron apareciendo frente al variopinto público que allí nos encontrábamos, para dar inicio a la incontestable demostración que tenían concertada. An Industry of Murder serviría para situar las líneas sobre las que acabaría discurriendo la velada. El buen sonido con que cuenta la sala Acapulco, comenzaba a darnos la razón sobre la panzada de kilómetros que nos habíamos comido para llegar hasta allí. Todos los instrumentos se distinguían con absoluta claridad y el volumen era lo suficientemente potente como para que tuviésemos que pegar la oreja si queríamos hablar entre nosotros.
Los Graveyard por su parte, estaban rindiendo al nivel que se espera de ellos. Importándoles bien poco el nombre del recinto que esa noche les tocaba en suerte, soltaban su arsenal sin un solo tachón que afease el expediente. Pletóricos en lo técnico e incontestables en lo que a trasmitir emociones se refiere. Sin la necesidad de cambiar una sola coma del setlist que llevan empleando a lo largo de toda su gira europea, les bastarían unos pocos minutos para tener la sala entera a sus pies.
Los cortes de sus dos últimas creaciones se iban alternando mientras tanto, compaginándose en perfecta armonía para componer un repertorio capaz de cubrir todos los detalles que la música de los suecos alberga. Retazos cañeros que hubiesen podido firmar los mejores Hellacopters, dejaban paso a sentidas baladas repletas de cadencia blues. En estos últimos puede que se encontrase una de las pocas pegas que se les podrían acabar achacando. La voz de Nilsson sufría para alcanzar los registros que sus obras de estudio muestran.
Las enormes giras a las que estas bandas se someten, suelen tener este tipo de consecuencias, la cuestión suele ser si el cómputo global se ve afectado por ellas. En lo que a Graveyard se refiere, podemos afirmar sin temor a equivocarnos que no es el caso. El feeling que arrastran piezas como Slow Motion Countdown o Uncomfortably Numb tira con demasiada fuerza como para pretender quedarnos con un análisis a ras de suelo.
Recordar la importancia capital que tuvieron los setenta para que bandas como esta surgiesen un día, me sigue pareciendo tan buena idea ahora, como cuando en medio de Gijón, en el centro de una pequeña sala de baile, atronaba el Ain´t Fit to Live Here como si no hubiese un mañana. Los pequeños detalles se evaporaban ante el marchamo de calidad que los suecos imprimían a las notas que iban esculpiendo. Jonatan Larocca clavaba cada punteo desde la sombría esquina que se había adjudicado, Axel Sjoberg nos enseñaba como se puede tener pegada sin renunciar a la elegancia y Rikard Edlund se agitaba sin parar mientras su mano derecha, tomaba la forma de pulpo empecinado en bailar sobre cuatro cuerdas.
Los focos más brillantes puede que recayesen sobre el frontman de la formación, pero los instantes de admiración absoluta, se los adjudicaron los cuatro músicos al unísono. El más remarcable acabó siendo el torbellino de intensidad que imprimieron a Thin Line. No fue esta sin embargo la última vez que veríamos a la banda exprimir al límite las posibilidades de sus instrumentos. La cara b Granny and Davis y Evil Ways, fueron los otros dos momentos en los que el público no iba a esperar a que la música cesase para agradecer el esfuerzo.
El resto de la velada se completaría con un ramillete de los temas más populares que ha grabado el conjunto hasta la fecha. Goliath para cerrar el tramo principal, The Siren para comenzar los bises y Endless Night colocando el nivel de euforia donde la ocasión requería. Sin sorpresas ni estridencias, el combo había llegado hasta donde se había propuesto y una sala entera repleta de sonrisas iba a ser la encargada de confirmárselo.
Haciendo balance general se podrían haber echado de menos algunas cosas, pero la sensación generalizada no daba para buscarle tres pies al gato. Muchos sabíamos que acabábamos de presenciar a Graveyard por última vez en semejantes condiciones y eso era un dato a tener muy en cuenta. La próxima vez que nos visiten, los recintos en los que toquen, la promoción que arrastren y el impacto que hayan creado en el común de los mortales, será muy diferente a lo vivido en esta última gira. Esperemos que el destino nos vuelva a dar la oportunidad de poder asistir a otro de sus conciertos, en las mismas circunstancias favorables.