24 de Julio 2013
Kafe Antzokia
Bilbao
Ufomammut en directo, o lo que es lo mismo, la vertiente más oscura de la psicodelia llevada sobre un escenario. Un absoluto mal viaje perpetrado por tres italianos, que llevan unos cuantos años forjando algo que les pertenezca solo a ellos. En esta ocasión fue el Kafe Antzoki bilbaíno el escogido para ser pisoteado por ritmos hipnóticos y cadencias interminables, la clase de figuras que a uno siempre le vienen a la mente cuando pronuncia el nombre de este conjunto.
Poca gente es la que suele gustar de revolcarse en semejantes lodazales sonoros, tan poca como los que nos encontrábamos en la puerta del Antzoki un miércoles víspera de festivo. Sin la sensación de que aquello fuese a ser la comidilla del mes, sinceramente esperaba haberme encontrado unos cuantos cientos más con ánimo suficiente como para fustigarse el alma, poco importo en cualquier caso. Al enorme elefante italiano que habíamos venido a presenciar, le iban a dar igual ocho que ocho mil, su pezuña caería sobre todo aquel que pillase por medio.
El ambiente momentos antes se encontraba distendido, con la banda tomando tragos enfrente mismo del garito, el puesto de merchandise recibiendo a todo el que le daba por entrar y con el escenario vacío perfectamente preparado y esperando a que aquello comenzase a sudar. En el fondo llamaba la atención una pantalla sobre la que se leía el nombre del grupo y la obra que iban a tener a bien ofrecer. El Oro como tema principal sobre el que versa un conjunto de diez cortes, en los que lo monolítico y lo opresivo, caminan de la mano para tratar de montar una enorme metáfora alquímica.
Sin entrar en innecesarios coloquios sobre los múltiples enigmas que encierran las intelectualoides parábolas referidas, los tres transalpinos pisaron tablas y comenzaron con la tenebrosa hora que habían prometido. Desde Empireum hasta Deityrant, los diez cortes que componen la rocosa creación fueron cayendo uno tras otro sobre el coqueto auditorio bilbaíno. Nos aguardaban unos eternos instantes para sumergirnos bajo la montaña de riffs que habíamos venido a buscar.
La pantalla cambio su discurso y comenzó a proyectar imágenes efímeras y sombrías, al tiempo que los músicos acariciaban sus instrumentos como si les pretendiesen saludar. La atmosfera estaba teñida por seis bombillas rojas, que alumbraban lo justo para permitirnos distinguir lo que teníamos delante, el ambiente se iba cargando poco a poco. Los ritmos fueron volviéndose más toscos de lo que recordábamos en disco, Urlo agitaba sus melenas violentamente al son que su bajo le iba dictando, Poia encorvado y sacando punteos torturados de las seis cuerdas y Vita, tomando el protagonismo que se espera de los grandes baterías.
Envueltos en una maraña nada liviana, el conjunto fue untando de graves las paredes del Antzoki, hasta darnos la impresión de que nos encontrábamos a un millón de kilómetros de profundidad, hundidos en el fondo de un submarino azotado por la presión. Con el minimalismo como arma escogida para reventar cabezas, evocando a Neurosis en lo sombrío, rebañando la mejor esencia de Sleep y recordando a Pink Floyd en lo psicodélico, los tres músicos hacían ciertas todas las cosas que habíamos oído sobre ellos.
Los efectos pregrabados que en estudio parecen dar una pequeña tregua, se tornaban insignificantes ante la oleada de toneladas que estaban lloviéndonos del cielo, el mensaje no podría ser silenciado por maquina alguna. Solo en el momento en el que les llegó el turno de desenfundarse los instrumentos, pudimos comenzar a respirar otra vez, el batera gritó “Vamos” en ese preciso instante, y un último corte volvía a devolvernos a nuestra burbuja, unos pocos minutos después, pudimos comprobar como la calle seguiría en su sitio después de todo. La experiencia se saldaría sin víctimas que se sepa, sin un colorín colorado con el que marcharse para casa y sin la más mínima duda de que habrá nuevas oportunidades de enfrentarse al tenebroso elefante transalpino.