La Cofradía de la Santa Agonía
Espeluznante procesión la que nos íbamos a comer en medio de semana santa, envueltos en liturgias perversas y tiempos entrecortados. La iglesia de Ra llegaba hasta nuestras tierras y la idea consistía en ver si éramos capaces de seguirle el paso. La única fecha que para tal fin nos sería concedida, discurriría por la conocida Sonora de Erandio, el miércoles de Pascua concretamente.
De primeras, no daría la impresión de encerrar demasiado misterio lo que allí se celebraba. Hessian comenzaban pegándole fuego a la noche, con rabia descontrolada pero sin sembrar penumbras sobre nuestros corazones. Emplearían un sucio y maleducado Hardcore para hacer oír sus plegarías, descarnadas y afiladas como cuchillas oxidadas, pero carentes del brillo que más tarde nos ofrecerían los obispos del evento.
De sonido parecía ir sobrado el asunto, escupiendo los altavoces un volumen enervante, suficiente como para que parapetásemos nuestros tímpanos con lo primero que pillábamos. Los belgas se empleaban contundentemente y aprovechaban sus minutos para lucir aires militares, mientras el cantante nos obsequiaba con la primera instantánea para el recuerdo.
Se colocaría Bram Coussement de rodillas sobre el escenario, invocando al dios del cielo y el sol, desde las modestas tablas de la sala Sonora de Erandio. Con tan icónico gesto se encargaría de remarcar lo ceremoniosa que pintaba la ocasión, dibujando el verdadero nexo en común que acabarían teniendo las cuatro actuaciones de la iglesia, aquella noche de miércoles santo.
Una vez recibida la primera hostia consagrada, llegaba el momento de comulgar con los poderosos Oathbreaker, en cuyas filas se perfilaba el guitarra de los Amenra. Emplearían para ello un contundente Hardcore agonizante, que por momentos se tornaba caótico e hiriente. Al frente de la agrupación nos topamos con Caro, cantante y punto central sobre la que las miradas iban quedando clavadas.
En torno a ella estaba montado todo el impacto que los belgas presentaban, sobre la figura de su cantante envuelta en su propia melena a modo de cortina salvaje. En no pocos instantes me recordaba la estampa a la de las películas de terror asiático, viniéndoseme al bolo la clásica escena, en la que a la niña de “The Ring” la daba por salirse del pozo. A la frontwoman de los Oathbreaker sin embargo, no la harían falta semejantes zarandajas como para infundir angustia sobre nuestros corazones, su voz arrastraría suficientes infiernos por si sola.
Terminaría postrándose ante el altar imaginario que aquella noche parecía existir al fondo del escenario, sellando la breve ceremonia transcurrida y regalándonos las últimas y sentidas saetas Hardcore de la noche. Una vez hubieron concluido, fue cuando la gente decidió salir a la calle para coger aire, buscando seguramente un necesario paréntesis de luz, entre tantísima oscuridad como nos habían arrojado.
De esta manera fue como la mayoría se quedaría sin contemplar, los primeros minutos de Treha Sektori sobre las tablas. Pocos se imaginarían que la tregua iba a ser tan escasa y tuvieron que contentarse con sumarse por el camino a la película que allí nos estaban contando. Andábamos imbuidos por las malas artes del tipo que se esconde tras el calificativo de Treha Sektori. Una suerte de tenebrosas ambientaciones en blanco y negro, en resumidas cuentas, bajo las que permaneceríamos absortos los veinte minutos siguientes.
Sería algo así, como un interludio en medio del goloso calvario que nos estábamos chupando. Un único señor apostado tras una mesa de mezclas, que ocasionalmente cogía una guitarra para provocar determinado efecto. La sensación general sería la de estar asistiendo a un cortometraje de escuela de arte, conducido por un DJ sombrío y minimalista, empeñado en despachar secuencias para no dormir.
Acompañaría sus minutos de espectaculares proyecciones para dar sentido a lo que proponía. Imágenes ciertamente crepusculares, cruzarían ante nuestros ojos, tenebrosas la mayoría de las veces y perfectamente entrelazadas con lo que rezaban los altavoces. Un par de escalofríos nos llegaría a producir la puesta en escena del colega, los pelillos de punta como consecuencia del ambiente pesadillesco que iba creando con muy poquita cosa. Acabaría resultando la introducción perfecta para lo que la noche nos reservaba.
Los belgas Amenra nada más y nada menos, restaban por subirse al pulpito que unos cuantos antes que ellos, habían tratado de bendecir blasfemamente. Lo iban a hacer raudos y veloces, como si pretendiesen aprovechar el halo de oscurantismo que había esparcido su antecesor sobre la Sonora. Para que nada mitigase la magia esotérica, se pondrían extremadamente reacios con el tema de los flashes fotográficos. Hasta tal punto llegarían, que uno de los pipas se iba a encargar de tapar el pequeño puntero que tiene mi cámara para fijar los objetivos. Nada podría esquivar la negrura, en lo que restaba de miércoles santo.
La caverna que se muestra en la portada de su último trabajo, se abriría entonces ante nosotros, como un plano irreal hasta el que parecíamos haber sido empujados, olisqueando el incienso que la banda había dispuesto y desconocedores de lo que las sombras nos depararían. La misa negra daba comienzo al ritmo de “The Pain it is Shapeless We Are Your Shapeless Pain”, con el frontman dándonos la espalda al más puro estilo Maynard Keenan, ocultando su rostro todo lo que le era posible. El resto de la formación tampoco es que se entretuviese regalando sonrisas entre los presentes, sus semblantes reflejaban fielmente la seriedad de lo que se pretendía trasmitir.
Los papeles serían inamovibles a lo largo de toda la representación. Tan solo en un pequeño lance, el cantante perdería la compostura tratando de propinar una coz a un pobre infeliz, que andaba tirando fotos con su móvil de penúltima generación. No sería suficiente lógicamente, como para que el recital perdiese el tenebroso aura con el que había comenzado. “Razoreater” y “A Mon Ame” seguirían haciéndonos danzar a base de Sludge arcano, cimbreando nuestros cuerpos lo justo y necesario, mientras permitíamos que sobre nosotros cayese una y otra vez el látigo del conjunto.
La meditación se tornaba obligada ante semejante ejercicio de introspección, al son de pesadísimas melodías que a veces parecían Doom funerario y a veces daban la impresión de volverse mantra religioso. La Iglesia de Ra concentraba en esos instantes todas las plegarías que teníamos a bien imaginar, mientras el cantante y obispo principal se arrodillaba frente al batera, de la misma forma que minutos antes habían hecho sus acólitos
Llegaría el momento pagano en el que el batería iba a agarrar un par de palos metálicos, iniciando con ellos los primeros instantes de “Boden”. El fondo de la caverna parecía quedar lejos aún y a nosotros nos restaba un buen trecho hasta haber dado por concluida nuestra procesión. Restarían otros tres cortes en los que podríamos seguir celebrando la pasión y muerte del Post Metal negruzco, deleitándonos con las densas atmosferas que saben plasmar estos herederos de Neurosis, disfrutando hasta la última gota con lo bizarro que se volvía todo desde la oscuridad más absoluta.
La ceremonia concluiría con el mismo hermetismo con el que se había iniciado, sin que los músicos fuesen a mostrar un simple gesto hacía los que allí nos encontrábamos. Con el obispo que nos daba la espalda, lanzando simbólicos puñetazos al aire, tratando de expulsar de esta manera los demonios que asomaban por cada una de sus palabras y con la procesión tocando retirada. Había sido edificante sin duda, poder compartir unas cuantas horas de Pascua, con tan singular congregación festivo-religiosa.